**Nada como una buena arepa con pernil y queso amarillo con el batido de patilla respectivo. Perfecto para quitarme tanto sabor a semen de la boca y bajarle a la nota de blanco. Creo que esta vez me pasé de la mano.
Siempre digo que basta, no rumbeo más, no bebo más, no inhalo más, y termino como un coleto por mala copa. Normal, cuando eres tu propia jefa no hay quien te ponga parámetros, y mucho menos cuando trabajas como dama de compañía a domicilio, para no decir que soy puta.
Ya saben cómo los clientes la consienten a una; fiestas, joyas, paseos en yate, jacuzzis y saunas, ropa de etiqueta, drogas. Vivo entre lujos y penes con billete. Yo me codeo con políticos, diputados, de la Asamblea, para ser precisa. La verdad es que nos va bien, entre las tres alquilamos un apartamentico bien chévere por Chacao. Obviamente, la discreción es imposible, las miradas de los hombres se nos clavan como cuchillos en las nalgas, y otras te ven con cara de infame, como si fuéramos la causa de sus incapacidades sexuales para satisfacer a sus maridos, ¿y saben qué? Me sabe a mierda. Yo estoy muy clara de quién soy y cada paso que hago es para ganar dinero.
En fin, mi mente hace un flashback de cómo empezó el jueves de gozadera, Ladies Night. Correteos de último momento, el taxi ya está llegando y no estoy lista. El chocho lo tengo catarata, al menos no me duele tanto el vientre, el humor me ha cambiado, y de pana, quiero salir.
Las muchachas me esperan abajo, un pase leve de perico para entrar en calor y salgo del cuarto como una ardilla.
Llegamos, al bajar del móvil siento que salí de una burbuja presurizada. Respiro profundo, actúo natural, me arreglo el vestidito de color plomo y entro a la discoteca. Humo denso entre luces naranjas y azules, reggaetón trancado y caras bonitas inundando un lugar lluvioso de hormonas.
En la barra pido un vodka con naranja y granadina. Plata no hace falta; estás hablando con la maestra del chuleo, los hombres son presas fáciles de convencer, y más cuando piensan con el huevo.
A mis bebas las dejé por un momento para “empolvarme” la nariz. Cada dos líneas de cocaína incrementan mi percepción de que soy la vaina más sensual del mundo. Me siento una diosa. Al salir creo que puedo apoderarme de lo que sea y de quien sea. La mezcla de drogas y alcohol alteran mi espectro visual, no veo hombres, veo dinero, veo clientela, veo “tigritos”. Maldita menstruación que me interrumpe las oportunidades de trabajo.
El tiempo pasa rápido, los tragos y los cigarros se alternan para consumirse en mi organismo. La cocaína es el único pellizco que me mantiene despierta, estoy vuelta un coleto.
El tipo de seguridad ya veía que me la pasaba demasiado tiempo en el baño. Yo ni pendiente, entraba y salía como si nada hasta que me abrieron la puerta de un coñazo, la línea que había preparado con delicadeza se deshizo por el shock del momento.
Era alto, con paltó negro y linterna en mano, me agarró del brazo sin dejarme arreglar el desastre que hice. Histeria interna en un área inapropiada, ya he pasado por esta escena antes.
—Tú si eres descarada de verdad, salte chama, salte de aquí.
—Ya va, ya va, ¿coño, pero me vas la vas aplicar así? Aquí todos andan en una ¿y a mí es a quien se la vas aplicar?, refuté.
—Salte chama, salte –insistía el guachimán–, andas enchavando el sitio. Por lo menos sé más caleta con esa mierda, no entras más a esta vaina.
Con la poca lucidez que me quedaba traté de convencer al tipo.
—Ok, ya entendí. Pero cónchale, tampoco es para que me trates como una cualquiera. ¿Sabes? Eso a mí me afecta. Necesito ayuda. (Escena balurda de novela mientras le toco con sutileza el pecho).
—Chamita, entiende; no puedes estar cayéndote a pases aquí. Salte y ya, que me estás haciendo arrechar.
—Bueno, entonces háblame claro.
Agarro al tipo del paltó, le pego mis tetas, me dejé llevar por los químicos, lo jalo adentro de uno de los cubículos, cierro la puerta y me siento en la poceta. El vestido que descubría mi espalda se bajaba hacia adelante, revelando mis pequeños senos. Qué arrechera trabajar de gratis.
—Mosca con una vaina.
Ya el guardia sabía el cambalache que me disponía hacer para comprarle su silencio y no me cortara más la nota. Seguramente.
Le bajo los pantalones hasta las rodillas, tiene unos interiores del Barcelona bien maricos, él se agarra de las paredes mientras yo arrugo mis labios en la cabeza de su pene. Lo miraba y sus ojos mostraban a un tipo fácil de correrse. El exceso de alcohol y sustancias me hacían más impulsiva, haciendo que le apretara el escroto con saña.
Eso hizo que suspirara de dolor y le cortara un poco la nota.
—Suavecito, eso, suavecito. Mosca y me lo muerdes.
Idiota, si supiera cuántos de estos, y mejores, me he llevado a la boca. Es como si llamaras enfermera a una doctora.
Saco más la lengua para metérmelo hasta la garganta, pegando mi frente en su barriga. La falta de oxígeno me marea, me alejo hacia atrás y tomo aire como si saliera del fondo del mar.
Su miembro oscuro brilla con tanta saliva, me toca las tetas e intenta levantar mi vestido para agarrar mis nalgas.
—No inventes, tengo la regla –le dije para quitarle de una las intenciones–.
Me sostenía de sus muslos para chuparle el pene de atrás hacia adelante, mis zarcillos sonaban con cada movimiento que hacía con la boca.
El de seguridad me agarraba la cabeza, acariciaba mi cabello negro como signo de aceptación, como si fuera una perra obediente.
Cada vez que me lo sacaba de la boca para recuperar aire, compensaba masturbándolo con mi mano derecha. Estaba empezando a cerrar los ojos, ya estaba en la recta final para soltar la pega blanca.
Para mi sorpresa, el muy imbécil me lo introdujo en la boca a la fuerza y empezó a meterlo y sacarlo. Trataba de separarme de él, imposible con la fuerza que tenía. Sentía como la garganta se me trancaba con la verga del tipo, una sensación de asfixia me hacía patalear para todos lados, se me aguaban los ojos, el rímel se corría. Maldito guachimán de mierda.
Cuando el tipo acabó en mi boca, me tapó la nariz para que me lo tragara a juro. Ahí fue cuando las náuseas me dejaron mal. Estaba con las piernas estiradas, sentada con las tetas salidas, tratando de recuperarme mientras el hombre se subía el cierre y me miraba con descaro.
—Arréglate y salte. Si me hechas paja, te mato piazo’e perra, y se largó del baño arreglándose el paltó.
Me arrodillé frente a la poceta para vomitar. Un estado poco ético para reconocer mi insensatez, undown progresivo que necesitaba quitarme. Un pasecito creo que me ayudaría. Sin embargo, no me quedaba nada, así que con la cara de muerta salí como pude del baño.
Caminaba por el pasillo tocando las paredes como braille, sentía que respiraban al ritmo de mis pulmones. Ojos en las sombras me castigaban hasta que llegué a la barra.
Estaba sola, sin coca y con el cerebro hecho un trompo. Estas malas situaciones son para reflexionar, todo tiene su por qué. Quizá debería tomar en cuenta estas cosas antes de llevarme tanta porquería a la nariz y no se vea afectado mi trabajo.
Pero bueno, ahora necesito un cigarro para bajar el ritmo cardiaco, un trago de vodka con bebida energética y… capaz, una bolsa más para evitar tantos tropiezos. Sólo por esta vez.
Por Melanie Araya/ U-Sex.