martes, 7 de agosto de 2012

Relato de una prostituta - El sustituto


“En el burdel la vida es más sabrosa”, dijo un borracho en la barra jurungándose el coroto por encima del pantalón mientras ve a mis compañeras entre luces de neón. Lo que más me obstina de los tipos así es que no te brindan ni un mojito y luego quieren morderte los pezones de a gratis, con los pocos dientes que les quedan.

Un miércoles por la noche  en el Hotel Ibiza es la vaina más ladilla del mundo. No estamos todavía en la fecha de quincena, eso quiere decir que la cosa va a estar muerta y apenas son las doce de la noche. Adentro en el bar la música suena con ganas, escucho a Natty y su Orquesta a todo volumen. Los mismos borrachos de siempre bebiendo cerveza barata, uno que otro forastero retraído tomándose un trago a solas sin querer que ninguna de nosotras se le acerque. La cosa esta floja, les estoy diciendo, nadie suelta plata los miércoles.

Este es el noveno cigarro que me fumo en el estacionamiento de este asqueroso hotel en Plaza Venezuela. Esa ley antitabaco me parece una imbecilidad. Mírenme aquí, una puta de 22 años, sin estudio universitario, hija de familia clase media abriendo las piernas a desconocidos. Sí, es muy bonito estudiar y todo ese peo, pero aquí veo dinero. Aquí no seré una profesional, pero soy una diva. Aquí no tendré una buena reputación, pero soy deseada.

Aquí hago “favores”, nada que una buena chama como yo pueda hacer. Este es mi sitio de trabajo desde hace dos años, la versatilidad y la creatividad son las claves para rendir en este negocio. Creo pude haber sido publicista después de todo.

Boto la colilla del cigarro hasta la mitad, no me gusta tener los dedos amarillos, y vuelvo a entrar a la recepción. Son pocas las veces que me encuentro ahí ya que siempre estoy en la casa de atrás en mi habitación, pero el único motivo es el recepcionista que trabaja en lobby. Le dicen “Cheo”, tiene dos años más que yo y sinceramente es la única persona con la que vale la pena conversar en esta pocilga.

Las noches de trabajo son una eternidad, pero hablando con Cheo la cosa es diferente. Cada vez que hablo con él es como si lo estuviera conociendo nuevamente, esa mirada tan pícara lo dice mucho.

Lo divertido es que está pendiente del mismo juego que yo, esa lanzadera de puntas tan sutiles  ­que siempre me saca una sonrisa, así debería ser el Romeo de nuestros días. He descubierto el fetiche que le genera la ropa interior, entre esas miradas que me clava sale desde su boca la pregunta, de qué color es el hilo que llevo puesto hoy. Tonta no soy, ¿saben?, estudio muy bien a los atacantes que me quieren de presa.

En fin, a los minutos de haber entrado llaman a la recepción. El cliente de la habitación 4B estaba pidiendo compañía, una trigueña con el cabello ensortijado. Yo misma soy. El tipo llevaba como hora y media en su cuarto, lo único que había pedido era una botella de Whiskey, quiere decir que anda quesúo viendo el canal porno y se le antojó tirarse a una prostituta.

El pasillo estaba húmedo, la señora de limpieza ya debe haber pasado coleto. Toco la puerta y me recibe el tipo. Un hombre de cuarenta y pico de años, aún con su traje de oficina pero sin la corbata, seguramente tuvo un día patético para venir acá y encerrarse en este hotel del año de la pera.

Wilferd se llamaba, tenía un acento de gocho y gestos un poco pargos. Me dijo que era dueño de una empresa de jabones, pero a mi parecer es otro tipo que acaba de perder su trabajo y se niega llegar derrotado a su hogar. Su sonrisa era una mezcla de lástima y esperanza, busqué la mejor manera de animarlo.

No sé por qué, pero en mi mente solo estaba la imagen de Cheo. Ni modo, mientras el tipo se tomaba un trago sentado yo me encontraba arrodillada frotando mis manos sobre su pantalón buscando su miembro. Lo tenía más muerto que el coño. Ni me importaba, con tal de que me pagara lo mío podía estar ahí todo el rato resucitando a la momia que tenía de pene.

De repente, me cambió la señal.

¿­No puedes llamarte al chamo de recepción?, me preguntó

¿Por qué, sucede algo?, le dije.

Llámalo, y dile que suba, me respondió.

Hablé con el recepcionista por el teléfono de la habitación, luego, me dijo que me pusiera en cuatro en la cama apoyada de mis codos.

Cheo entró, y con una mirada extraña inspeccionó el lugar y la situación.  El tipo nos propuso  pagarnos 800 bolívares a cada uno por tirar mientras él nos veía. Por unos segundos nos quedamos mirándonos a los ojos, esperando quién respondería la petición.  Yo tomé la iniciativa y acepté por los dos. Cheo estaba todavía pensando qué decir, a los segundos asintió.

Mientras el cliente se llevaba el vaso a su boca, Cheo bajaba mis leggins hasta los muslos, cuando vio mi hilo verde sacó la mirada picarona.


Qué charlera, me dijiste que cargabas uno morado, dijo.

Metió su rostro entre mis nalgas, aspirando el olor de mi sexo. Yo busqué romperle los pantalones, sentía que estábamos al mismo ritmo del desespero. Mientras me agarraba el cabello, busqué su miembro con mis manos para colocarle un condón de color rojo.


El único sonido que se escuchaba era de la escena lésbica que había en el televisor, el nuestro se integró a los minutos cuando se puso encima de mí y me penetró. Yo me limité a agarrarme de las almohadas. Dejé que Cheo hiciera el resto, se notaba que estaba dispuesto a dejarlo todo en esa cama de cemento. No sentíamos la presencia del señor, éramos el recepcionista y yo jugando a ser actores del placer para un desconocido.

Mientras me tenía en cuatro, veía de reojo al cliente. Me daba cuenta que el ojo derecho se le movía de manera extraña, era demasiado lo que presenciaba. Mis nalgas chocaban con la pelvis del recepcionista. Sentía que no estaba con un desconocido. Sabía mis vulnerabilidades y buscaba explotarlas para hacerme respirar con dificultad.



El tipo seguía mirando, su sonrisa cambió. Ahora era una sonrisa de descubrimiento, de asombro. Esa fue la aprobación de que estaba haciendo bien mi chamba, y al mismo tiempo rompía el cerco invisible con Cheo.

A todas estas, sus entrepiernas empezaron a temblar. Sus gemidos eran más fuertes que los míos, llegaba la hora de la gran explosión. Cuando sucedió, cayó rendido sobre mi espalda, dejando ahí el sudor de su frente.

Al final del acto, el cliente aplaudió lentamente y se paró de la silla, tomó un trago más y sacó una paca de dinero del bolsillo. 1600 bolívares en billetes de cien quedaron en la cama cuando el señor iba cerrando la puerta con el paltó en su mano.

Ambos nos vestimos y bajamos a la recepción como si nada hubiera pasado. El regresó a la parte de atrás del mueble, nos dijimos mil palabras con la mirada y luego salí a fumar otro cigarro. Cuando aspiré la primera vez, retomé la noción del tiempo, observé la calle y la afluencia de carros.

Eran las 4 de la madrugada, es increíble cómo el tiempo pasa cuando suceden cosas fuera de la rutina. A pesar de no haber sido quincena, hoy fue una buena noche.


Relato de una prostituta en la revista U-SEX por 6topoder

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